El fracaso de John H. Stone en la desecación de la Laguna de Antela (1878-1890)
Tras haber presentado en el artículo anterior a John H. Stone y su proyecto para desecar la Laguna de Antela, continuamos conociendo la sucesión de hechos que derivaron en su definitivo fracaso.
Los años iban pasando, pero el ingeniero agrónomo inglés y su socio, Freeman, no avanzaban en las obras de A Limia. En diciembre de 1883, la revista semanal “El eco de Galicia”, publicada en La Habana, describía la situación en los siguientes términos:
Dos años han trascurrido, próximamente, desde que se anunció la inmediata desecación de la laguna de Antela y el saneamiento de aquellos terrenos, presentándose al efecto dos máquinas de vapor por míster Sthom [sic], concesionario de tan ventajosa empresa (…) todo en nuestro concepto con el objeto de alcanzar una nueva prórroga, como así sucedió mediante el exclusivo informe del Sr. Ingeniero jefe de caminos de esta provincia, y sin haberse consultado a la Junta de agricultura y de comercio, ni a la Sección de Fomento, cual correspondía y con arreglo a las prácticas establecidas en tales casos.
Dos años van trascurridos desde que presenciamos todas aquellas maniobras, y muy pronto terminará también el plazo de la nueva prórroga concedido sin que se haya adelantado un solo paso en esta cuestión, que como base principal para su buen éxito necesita un capital cuanto menos de veinte millones de reales.
El último domingo hemos tenido el gusto de saludar al cónsul inglés en Vigo y opulento capitalista D. Manuel Bárcena [promotor en 1880 de la Caja Municipal de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Vigo, embrión de la actual Abanca. En 1890, la Corona le concedería el título de Conde de Torrecedeira] y al corredor de aquella plaza comercial, (…) D. Ramón Rodríguez, quienes tuvieron la amabilidad de comunicarnos sus impresiones respecto a la visita que habían hecho a la laguna de Antela por recomendación del gobierno de Inglaterra.
Habiéndose solicitado por el concesionario el concurso de dos bancos ingleses establecidos en Holanda, exigieron éstos como garantía que se emitiese informe por el cónsul de Vigo sobre el resultado de tan vasta empresa y que este funcionario aceptara también la gerencia de la misma.
El Sr. Bárcena conceptúa muy beneficioso el saneamiento y explotación de los terrenos indicados, no solo para el porvenir agrícola de nuestra provincia, sino para el de Pontevedra, y en este concepto no dudaría en tomar parte directa de la empresa, pues antes que nada es hijo de Galicia y desea contribuir a su prosperidad, siempre que desaparezcan ciertas trabas e inconvenientes para poder desarrollar el vasto proyecto que ha concebido al visitar la laguna de Antela.
Su informe, pues, será favorable; pero es necesario antes que tanto el Sr. Mugártegui como míster Sthom [sic] y otros particulares que alegan derechos de propiedad a varias parcelas de más o menos consideración, cedan estos derechos mediante una prudencial indemnización, por más que en nuestro concepto tales derechos son puramente imaginarios y desaparecen al caducar la concesión, caducidad que debía haberse decretado hace dos años para evitar estos negocios que no queremos calificar con toda la dureza a que son acreedores pues ni el primer concesionario ni el segundo cuentan con el capital para tan vasto negocio (…).
Si estos señores no se avienen a una transacción justa y equitativa, los bancos de Holanda y el Sr. Bárcena no deben olvidar que muy en breve terminará el plazo de la última prórroga y que la Junta de agricultura primero, la Sección de Fomento y el mismo pueblo de Orense pedirán al gobierno la caducidad definitiva y que entonces acabarán esos pretendidos derechos y las exageradas pretensiones (…).
El Sr. Bárcena, alarmado con las consecuencias que ha producido en aquel país la usura, propónese entre otras cosas emplear gran número de brazos en las obras abonando buenos jornales; proporcionar capital al labrador con el módico interés de un 6 por 100; establecer en grande escala la explotación de alcoholes; la agricultura y la cría de ganados; construir un ferro-carril hasta Orense para que tengan fácil salida los productos de aquella comarca, y dar lucrativa ocupación a los operarios que deseen dedicarse al trabajo que les proporcione la empresa, todo lo cual, en nuestro concepto, es digno de encomio y sinceros plácemes por cuantos se interesan en la prosperidad de Galicia.
Mucho sentiríamos, en verdad, que intransigencias y obstáculos creados por ciertos especuladores, impidieran la realización de tan útil proyecto.
Con todo, las obras de la desecación de la Laguna de Antela continuaban en manos de los ingleses y paralizadas. Así lo refleja la citada revista casi un año más tarde, dando cuenta de que los ayuntamientos de toda la provincia tenían la intención de enviar una petición conjunta al Gobierno para que no se demoraran más los trabajos, pues la opinión pública los demandaba desde hacía tiempo.
John H. Stone y Richard Freeman obtuvieron seis prórrogas para ejecutar las obras, siendo el plazo de finalización de la última el 15/10/1888.
Quizá la obtención de fondos sería el principal escollo que se encontraron Stone y Freeman. A este respecto, hay una noticia que nos puede ilustrar sobre el riesgo que corrían los inversores, publicada días antes de finalizar la última prórroga para las obras:
Han estado en la villa de Ginzo dos ingenieros ingleses con objeto de informarse, sobre el terreno, de las ventajas e inconvenientes que pueda ofrecer el desagüe de la laguna Antela.
Ocupáronse dos días en recorrer la orilla del lago, y según se asegura, la empresa que representan no se resolverá a emprender las obras, porque a juicio de los referidos ingenieros los frutos que pueda producir el terreno desecado, aún calculando que las cosechas sean abundantísimas, no será nunca suficiente a compensar con un modestísimo rendimiento el capital que se invierta en las obras de desagüe.
A pesar de todo, faltando tan solo un par de días para la expiración de la última prórroga, Stone y su nueva socia, Ana María Phillips, solicitan otra de dos años para finalizar las obras “alegando que los azares de la fortuna habían inhabilitado, para los negocios, a la persona por cuyo medio se había constituido la Sociedad, y los concesionarios se habían visto obligados a emprender la formación de otra, perdiendo en ello considerable tiempo”. También Inocencio Vilardebó pide que le den licencia a él. Ambas peticiones son desestimadas por la Real Orden de 08/11/1889, documento en el que se detalla que Stone y Phillips “parece residen en Londres”. Finalmente la R. O. de 20/06/1890 declara caducada la concesión porque los adjudicatarios carecen de propósito o medios para llevar a cabo las obras.
Finalizaban así la aspiraciones del inglés en Antela, tras 15 años de concesión. La sucesión de prórrogas, a pesar de su inacción, pudo ser fruto del presunto tráfico de influencias o sobornos al Ingeniero jefe de caminos de la provincia, como insinuaba “El eco de Galicia”; pero también pudo deberse a que Stone poseía una gran capacidad de convicción, la misma que había demostrado al poner de acuerdo a los accionistas del primer ferrocarril gallego en 1862.
Pro, agora o seor don Xan/ de Stone por apellido
rematou coas súas propostas/ un preito pouco reñido.
Con que, o ingrés Mosiur Stone/ dende hoxe téndeo sabido,
éxos o arriscado mozo/ tan feireante e cumprido
que en compaña dos gallegos/ fará o ferrudo Camiño.
(Copla popular recogida en El Gallego: agricultura, industria, comercio, ciencias, artes y literatura, año I, nº 3, 16/12/1862, pág. 2)
Para saber más
El eco de Galicia : revista semanal de ciencias, arte y literatura, n.º 78, 23/12/1883, pp. 4 y 5; y n.º 118 28/09/1884, pág. 6
El Eco de Galicia: diario de la tarde, n.º 730, 10/10/1888, pág. 2
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