La romería de A Saínza en un reportaje de 1929 (Primera Parte)
El veinte de noviembre de 1929, la revista “Vida Gallega” dirigida por Jaime Solá, publicó un amplio reportaje escrito por él, titulado: “Al borde de la Laguna de Antela. Tremenda lucha de moros y cristianos”. Se trata de una narración bastante detallada, y con múltiples notas de humor, de su visita a la romería de A Saínza. Además incluye fotografías, también realizadas por él, e ilustraciones.
Que sepamos, este valioso documento no se ha vuelto a difundir en los casi noventa años que median desde su impresión hasta hoy, y tampoco ha sido tenido en cuenta en publicaciones científicas sobre la romería; por lo que creemos conveniente reproducirlo casi íntegramente, debido a su alto interés histórico y etnográfico. Como es muy extenso, aunque de entretenida lectura, lo publicaremos en dos partes.
“Todos los años, el día 23 de Septiembre, se llena de gente, se alegra, se hace ruido, se viste de colores, se puebla de bestias lujosamente enjaezadas y de carros aldeanos colgados de banderas, ese rinconcito de la Limia que se llama la Sainza. Llegan hasta él, asándose debajo de las capas, que, porque son caras y porque no pueden gastarlas ya la gente moza, son su lujo, los viejos aldeanos. Al hilo de la carretera que sigue hasta el poblado o el pelado campo de la feria, grita desaforado el saltimbanqui; atiza el fuego, cerca de su caldera, la pulpera; blanquean los techos de lienzo de los puestos de bebidas y de los teatrillos ambulantes; toca el bombo y los platillos el encargado del ruido infernal del tiovivo; los pobres muestran sus llagas y pregonan sus desdichas; canta al
compás de su violín el ciego que poseyó la última zanfona que paseó las tierras de la Limia; atruenan las bocinas de los autobuses de Orense, de Celanova, de Allariz, del valle de Monterrei, de la raya portuguesa; hace trepidar la tierra la horrible pirotecnia; una música recorre los caminos; los curas de las parroquias inmediatas saltan de sus caballos a la casa del abad. Es el día de Nuestra Señora la Virgen de las Mercedes, el de la lucha entre moros y cristianos; el día en el que el señor Manuel Araujo [ex-vocal del Centro Gallego de Cienfuegos] , que fue hasta el año pasado jefe de los infieles detentadores del castillo [y este año le sucede su hijo], caracteriza de seres feroces, dignos del oprobio de la humanidad, a sus huestes sarracenas.
Muy de mañana, Vicente Feijoo, el peatón postal [cartero] de Santa Baya, se afeita cuidadosamente, ata las espuelas, se cala el sombrero de dos picos, se viste de jefe cristiano a la moderna, y monta en el caballo más prestigioso y mejor educado de la aldea. Caracolean alrededor de su esplendor los jacos de sus subordinados, los defensores de la fe y portadores de una bandera española de los tiempos en que ya no había luchas entre moros y cristianos. Con toda seriedad se aperciben estos hombres arriscados a ser actores de los acaecimientos que han de hacer memorable la jornada. Van a vivir en pleno anacronismo, interpretando el más animado, más bello y más jocundo cuadro colorista.
La llanura, en las inmediaciones del castillo, parece un campamento. Veis alrededor o aparecen, asomando por los bosques, las más alegres y las más amenas caravanas. A veces, saltando de bache en bache, surge el carro engalanado, que avanza perezosamente como un escarabajo que se hubiese vestido de colores. Antaño esos carros constituían lo típico de esta fiesta de animación y colorido. Ahora acuden pocos. Es demasiado heroísmo el de pasar cinco o seis horas dando tumbos por las corredoiras cuando los autobuses, que afluyen de todas partes, traen el pocos minutos al romero desde los más apartados rincones provinciales. Pero hay «enxebres» que aman la tradición y no sabrían ir a la Sainza como no fuese arrastrados por sus bueyes. Hágase una lista de ellos para concederles la cruz del sufrimiento por la patria.
Pero el automóvil no ha desenterrado a la caballería, y la presencia de tanto cuadrumano es lo que realmente da al visitante de la Saínza el día de la fiesta, la sensación de que se halla en un campamento militar. Mulas, caballos, borricos se apoderan del terreno. Y muchas veces hacen el papel de parasoles, a cuyo amparo consume el aldeano las primeras vituallas. El sol tiene la costumbre de arder en su púlpito azul, si el día es claro. Y si no supieseis que el petrucio de la capa viene a darse tono de hombre de posibles, le creyerais, desesperado y exánime, cumpliendo una promesa. Yo hice una fotografía del grupo típico del encapotado y su compañía. Y pensé en Don Quijote con Sancho, su escudero.
(…) los jinetes cristianos (…) iban en guerrero tropel hasta Santa Baya donde está la iglesia parroquial, a buscar la imagen de la Virgen(…). Lejos sonaron unas bombas. Salía de Santa Baya la procesión de las Mercedes. Venía hacia el castillo. Y alrededor de este pululaban veinticinco mil personas y cinco o seis mil bestias, sin contar las encubiertas.”
El periodista le preguntó a un hombre mayor si allí todos eran de buena posición porque venían a caballo y éste le contestó: “–No, señor, esto le es porque aquí mantener a una caballería no le cuesta nada. Cuando se seca la laguna y la laguna cuasi le está seca todo el año, se echa a las bestias a pastar en ella. Allí están cinco o seis días hasta que hay que salir a alguna feria. Y a las veces, cinco o seis meses.
Y me convence mi interlocutor de que la laguna Antela es algo más que un criadero de sanguijuelas. Es el comedor público, organizado por la filantropía de Dios para que las pobres bestias no se mueran de hambre y los viejos petrucios puedan recorrer la llanura debajo de sus pesadas capas de lujo, conservando un poco de vitalidad por si algún día caen bajo el poder de las sanguijuelas. (…)
En tres de los cuatro frentes del pétreo baluarte [los pirotécnicos] colocaron sendas filas de torpedos. (…) Frente al castillo coloca otro pirotécnico una alambrada: es una traca. Y entre las dos huestes que van a pelear reparten sendos pirotécnicos sendas grandes cestas llenas de bombas de mano. (…) un moro feroz, de amplio turbante y de ruidoso cornetín, toca desaforadamente. (…) Debe ser a zafarrancho de combate, porque la procesión está cerca ya, empieza a detenerse en la carretera próxima y los cristianos se desplegaron y asedian a distancia a nuestro baluarte. (…)
[Y] toman posiciones delante de nosotros. Pero como delante de nosotros hay una masa de diez millares de personas y la Guardia civil es casi impotente para hacerla despejar, se apela a un recurso ya acreditado en la Sainza.
Este recurso son las bombas de mano. Se arrojan desde el castillo –las filas moras- y se arrojan desde las filas españolas. Primero caen y explotan en el descampado. Y como éste es pequeño aún, después comienzan a caer entre los pies de la multitud. La cual viendo que el combate va más con ellos que con los luchadores oficiales, se retira sobrecogida y palpándose los huesos. (…)
Dos caballeros cristianos galopan hacia el castillo (…) a intimar la rendición. Pero los moros no se avienen a oír razones.»
Haz click aquí para continuar con la 2ª parte del reportaje.
3 Respuestas
[…] 0 […]
[…] de A Saínza, en honor a la Virgen de la Merced, y su famosa batalla de moros y cristianos, de cuya historia ya hemos hablado en Vía […]
[…] de Galicia. Además, visitarán lugares de gran valor histórico y cultural como el castillo de A Saínza, en cuyo entorno se reúnen cada mes de septiembre miles de visitantes, durante su famosa […]